lunes, 24 de octubre de 2011


Doy un paso, otro paso y otro más.
Miro al cielo y sólo pido una señal.
Y no apareces, sólo de mi mente no te vas.
Puedo hablar de cualquier cosa,
puedo sonreír en todo momento;
pero lo único que esta en mí sos vos.
Pero no lo ves, pero no lo escuchás.
¿A donde se fueron? ¿Porqué se desprendieron?
Encontré tu alegría y a una milla estabas vos.
Pero al menos te vi,
vacío, sin rumbo y sin palabras.
Y yo viajé, viajé a otro mundo por un instante
para olvidar mis tristezas, para dejarlas a un lado
y sólo guardar tu sonrisa por el resto de mi vida.
Pero no lo hiciste.
No sonreíste, y ya no tengo nada que guardar.
El tiempo apura, la gente empuja, y el día cae,
y yo corriendo. Corriendo hacia lo que no me deja vivir,
estando atada a un reloj, que me come y me come de a poco.
Responsabilidades, decisiones, acciones.
Y partí. Esa fue mi acción.
Quizás lo que debía hacer, quizás lo que no debía; no lo sé.
Al encontrar mi destino no todo fué lo que parecía.
Y volví atrás, fui adonde quería estar, y no adonde debía.
Fui buscando una respuesta. Fui buscando una señal.
Fui sin paciencia, sin barreras, fui sin pensarlo.
Pero ya se me había terminado el tiempo.
Como si todo hubiera terminado, como si un reloj que me corría y me corría hubiese parado.
Dejé de caminar. Me paré en medio de una multitud de gente.
Miraba a mi alrededor.
Muchas caras, ninguna que realmente quisiera ver.
Me sentía insegura, sola, desconcertada.
(¿Porqué me siento así cuando no pasa lo que esperaba que pase?)
Estaba en mi huracán. Pero derrepente,
ahí estaba mi luz, mi guía,
siempre al pie del cañón, aguantando, escuchando, acompañándome.
Palabras que van, palabras que vienen,
su alegría llenó mi corazón.
Después de eso volví a casa.