viernes, 2 de diciembre de 2011

Escuchamos su historia, y entre todos tuvimos un nuevo objetivo en común: Ayudarlo.
De a poco fuimos "corriendo la bola", recaudando dinero, buscando con qué. Y así fue, como un primero de diciembre del 2011 ÉL entró al aula, como lo hacía corrientemente desde ya dos años. Con su maletín, su chomba a rayas, sus pelos parados, zapatos, y su alma que esperaba que ese día fuese como cualquier otro, aunque no fue así. Aproximadamente treinta chicos lo esperaban golpeando bancos, filmando, gritando su apellido con algún intento de melodía. Él pidió silencio. Una. Dos. Tres veces. Todos se lo negaban , y nadie le hacía caso.
De repente, dos de las alumnas ingresan al salón con una caja cerrada, y una cartulina que demostraba todo el afecto que le teníamos, le tenemos y le seguiremos teniendo. Él miró sorprendido, casi sin entender. Le dijimos "es para usted", y se agarró la cabeza.
La caja fue colocada sobre su escritorio, y él simplemente la miraba, desconcertado. Le pedimos todos juntos que la abra. Pero él simplemente dijo "no" y pidió que nos sentemos y lo escuchemos.
Abrió su notebook, buscó en sus archivos y después de la espera, lo encontró. Era un texto de agradecimiento que en algún momento de su vida lo había escrito y nos dijo "creo que es la ocasión". No recuerdo las palabras exactas, pero decía algo así como lo mucho que le costaba agradecer, y la única forma que sabía hacerlo era diciendo "gracias". Tan simple y sencillo como eso. Ahí fue cuando comenzaron las "ñoñerías" así como diría Anita.
Abrió la caja, y se encontró con lo que creía perdido, con su colección de libros que creyó no recuperaría. Pero ahí estuvimos en nuestro intento por recuperarlo. Ahí frente a él estaba la caja abierta, llena con 66 libros nuevos.
Un recreo, y aún nos faltaba una hora. La última hora de la última clase junto a él.
En ese tiempo nos contó las tantas veces que se fue de ese colegio, de darnos una clase diciéndose a si mismo "pude haber dado más" y de eso se arrepentía. Le habíamos demostrado una gran cantidad de amor con el gesto que le hicimos. Nos dijo que no sabía como devolvérnoslo, por ende, más allá de hablar grupalmente, decidió hablarle a cada uno. Comenzó por uno, por otro, y otro, y otro. Y así con los treinta y pico.
A cada uno le hizo saber lo que él creía sobre ellos, lo que pensaba. A cada uno les dio su opinión. A cada uno le llegó al corazón aquellas palabras.
Al menos yo nunca voy a olvidar lo que me dijo particularmente. Nunca. Jamás. Por más amplia que sea la palabra, me animo a usarla en este caso.
Y después de aquel momento, lleno de emociones, lleno de cariño, lleno de alegría, tocó el timbre y aún no había terminado de hablar.
Ninguno de los treinta y pico se levantó ni se movió. "Nos vamos a quedar" le dijimos. Y así fue. Terminó de hablar, y terminó nuestra última clase de Prácticas del Lenguaje junto a él.
Me dirigí a su escritorio y le dije con los ojos llenos de lágrimas y sonriente "Chau Rivas, la verdad que fue un gusto" "Sí, para mí también lo fue" me contestó con el corazón lleno.
Salí del aula llorando así como muchos otros, feliz, sonriente, afirmando la realidad, afirmando lo que fue: la mejor clase de mi vida.