miércoles, 6 de marzo de 2013

Y comenzó el partido. Vale aclarar que los jugadores tardaron el prepararse. Dos años. Sí, dos años. Pero así fue, arrancaba el primer tiempo y los nervios a ella le carcomían la cabeza. Aquel primer tiempo que duró el primer mes. 
Él era el mejor jugador, el que pateaba siempre para adelante, el que pisaba fuerte y que cuando corría jamás miraba hacia atrás. Que si se tropezaba, se levantaba y seguía el partido, sonriendo...disfrutando.
 Él era un jugador de aquellos que van de frente, que atacan si deben hacerlo y que defienden a morir. Era aquellos que atajaban todas, todas las que le venían, dos, tres, cuatro, dieciocho goleadas juntas: ningún gol adentro. Era de los que hacían todo y no se cansaban nunca, de los que seguían siempre...
Ella estaba a la expectativa. Lo miraba desde la tribuna cuando él no se daba cuenta. Ella no veía una competencia: ella veía un juego, en el que él era la ficha más importante. Ella miraba cada pisada suya, intentando copiarla para aprender un poco. Ella sufría cada tropezón y celebraba cada golaso. Ella lo alentaba, en las buenas y en las malas. El alma se le llenaba cada vez que veía la pelota en sus pies, deslizándola, controlándola como a él le parecía...que si la quería a la izquierda la pelota obedecía, que los "caños" le salían por naturaleza.
Aquella pelota que era todo lo que él tenía, su alegría, su seguridad, sus decisiones, su responsabilidad: Todo aquello que él había aprendido a controlar como él quisiera, y que ella tanto admiraba.
Por eso lo observaba cada vez que podía,  por eso lo contemplaba, lo adoraba...
Y en pleno partido, en medio de tantos hinchas alentando por uno, por el otro, que aquel hacia un buen pase...Que las bubucelas llenaban de sonido aquel lugar, en medio de un DT nervioso, en medio de un arco que prometía tanto...
En medio de eso se miraron. Ella lo miró a él y él a ella. Un segundo, un segundo que fue una eternidad...
Y para esto ya era el segundo tiempo, y el once volvió a su eje y comenzó a meter gol tras gol, su vida se volvía una goleada...Y el arco se había vuelto todo aquello que había deseado...y que hoy tocaba con sus manos, disfrutaba con su alma y con su corazón.
Qué grande "El once"! Ganó el partido: La enamoró.